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sábado, octubre 07, 2006

Breve reseña histórica sobre porqué nos peleamos peruanos y chilenos

Siempre en un vecindario existen las típicas viejas locas que sólo viven para joderse la una a la otra. El resto de vecinos viven hasta ya un poco divertidos con las ocurrencias que se les salen en cada una de sus grescas. Algunas veces, incluso, la bulla llega a ser tan grande que involucra al resto del barrio, partiéndolo en dos y generando bandos que apoyan a cada una de estas viejas.

Créanme. No es divertido.

Si lo llevamos a un nivel macro, en nuestro barrio sudamericano, estas viejas seniles que paran chillando por cada ocurrencia de la otra se pueden identificar fácilmente como el Perú y Chile. “Rotos” y “Gallinas” – apodo mal ganado – paran a cada rato peleándose por nimiedades y sobándose por cosas algo importantes.

¿Cómo se llegó a tal odio? Pues, más o menos, así:

Entre Pizarro y Almagro

Esta rivalidad se puede decir que empieza desde el momento que Francisco Pizarro y Diego de Almagro llegaron a estas tierras, dividiéndoselas en Nueva Castilla y Nueva Toledo. Como todos nosotros sabemos, a Almagro le tocó las tierras que iban al sur del Cuzco, tocándole todo lo que es actualmente Arequipa, Tacna, Tucumán, La Paz y Santiago.

En sus exploraciones, para ver con qué podría enriquecerse, lo único que encontró – interesante – fueron el endeble y poco explotado yacimiento de Potosí (que lo pasó de largo durante su viaje por la meseta del Collao) y a los indios mapochos, que no contaban con el grandísimo avance tecnológico, social y económico que sus vecinos del norte, los Incas.

Diego de Almagro se encontró, entonces, con una tierra pobre. Áridos desiertos. Montañas con poca agricultura potencial. Indios intelectualmente inferiores a los incas. Pocos recursos naturales. Muy poca riqueza potencial… ¡cómo no iba a enojarse!

Desde ahí que los españoles que se asentaron en estas tierras crecieron con un gran sentimiento al fastuoso país del norte. Las sucesivas guerras entre almagristas y pizarristas se dieron con la sola consigna de expandir Nueva Toledo hasta, por lo menos a Ica y Cuzco.

Ya “calmado” el virreynato, en el plano político, la región de los mapuches o araucanos dependía directamente de la gobernación del Perú. Con las reformas borbónicas, la Capitanía General de Chile siguió dependiendo del Perú para sus decisiones más importantes.

En el plano económico, siempre existió una gran rivalidad entre el Callao y Valparaíso, como principales puertos del comercio marítimo entre España e Indias, debido a la hegemonía de Lima sobre el resto de las capitales de los nuevos virreinatos.

Emancipación e Independencia

Don José de San Martín, luego de independizar la Argentina, tuvo la gran idea – ahora altamente cuestionable – de lograr el mismo proceso con cada uno de los virreinatos españoles de Sudamérica. El odio hacia los chapetones por parte de los criollos había llegado a tal extremo de quererlos expulsar de estas tierras, ya que ellos se sentían en capacidad de gobernarlas.

Craso error.

San Martín veía que uno de sus grandes enemigos eran las fuerzas realistas que venían desde el Perú a través del altiplano boliviano, por lo que pensó que, para la subsistencia de la Argentina, Perú debería ser independiente.

Primero intentó luchar contra los españoles peruanos en Bolivia, pero olvidó un pequeño detalle: los gauchos eran hombres del plano que se morían al llegar a las montañas altas. Los realistas estaban acostumbrados a ésta y la mayor parte de sus guarniciones militares se encontraban justamente en la región sur…

Viéndose en esta situación, tras dos fallidas expediciones al Alto Perú, San Martín decidió entonces ir por el otro lado. Para independizar al Perú, primero deberían independizar Chile.

Ojo: los peruanos que me leen no se vanaglorien. Nos independizaron para que no jodamos a Argentina. Y los chilenos tampoco se enojen. Los independizaron para que los peruanos no jodan a Argentina. San Martín era un interesado. Nadie es bueno de gratis…

La Confederación Perú-Bolivia

Gracias al baboso y sobón de Sucre, mutilaron el Alto Perú en “honor” al libertador Simón Bolívar y crearon una nueva nación. Diez años después de la retirada de los españoles, otro libertador con visión geopolítica, Santa Cruz, tuvo la genial idea de corregir el gran error de Sucre y reunir el Alto y el Bajo Perú en uno solo.

Aunque, personalmente el nombre estaba incorrecto, era una nación que tenía un potencial económico muy grande.

Esto despertó rápidamente los celos de chilenos y argentinos, porque el rápido crecimiento proyectado de esta nueva nación eclipsaría las suyas; y peruanos, que estaban en desacuerdo con el grandísimo error de subordinar la creciente economía peruana – jeh, es un decir – con el enclenclismo boliviano.

Los chilenos organizaron las “campañas restauradoras” no en defensa de los peruanos, como en el colegio se nos mete en la cabeza. Lo hicieron porque les convenía hacerlo.

La guerra con España

Fue la única vez en la historia del mundo que los países sudamericanos se aliaron en contra de un enemigo común. Ecuador, Perú, Bolivia y Chile, con apoyos argentinos y colombianos, se enfrentaron contra España, que quería retomar lo que, según ellos, era suyo.

En esta guerra, estas naciones intercambiaron estrategias, planos, comandos conjuntos, etc. Esta información fue luego usada para la gran guerra entre Perú y Chile.

Ineptitudes diplomáticas

Dicen muchos estudiosos que la ineptitud política de nuestros diplomáticos es hereditaria. Alrededor de 1877, Perú firmó un tratado secreto de defensa con Bolivia, pensando que así se salvaría de arrojarla ante las manos de Chile.

Para este tiempo, capitales ingleses estaban pululando en la región peruana de Tarapacá y en la boliviana de Antofagasta. La ausencia del estado boliviano sobre lo que era su mar era increíble. Su ciudad más poblada tenía 800 pescadores como guarnición y todo.

Chile aprovechó que estaban con los pantalones abajo para entrar con todo y subir sus fronteras del paralelo 27 al paralelo 23. Bolivia aceptó hasta el 25 y luego sus enigmáticos diplomáticos aceptaron que sea hasta el 23, como quería Chile, pero que las explotaciones salitreras sean conjuntas desde el 24 y el 25.

Con tanto número, los chilenos la hicieron linda. Habían logrado lo que querían de una nación débil.

¿Y cómo entra Perú en esto? Por una tontería grande.

La mecha política previa.

Antes de la guerra, Perú y Argentina tenían grandes rencillas con los chilenos por su avance económico y la invasión británica que tenían ellos dentro de su estado. Los peruanos temían que Chile avanzara a ocupar Tarapacá, aliándose con Bolivia y los argentinos tenían una disputa por los territorios de la Patagonia.

Buenos Aires estaba muy lejos de Lima para la comunicación militar, pero sus ejércitos eran mucho más modernos. La Paz estaba más cerca, pero su armada era una mierda y su marina eran puros barcos pesqueros. Perú estaba saliendo de la crisis del guano. Bolivia tenía hambrunas tremendas y un presupuesto nacional de 20 mil pesos de plata.

Lo lógico hubiera sido que nos hubiésemos aliado con Argentina. Es más… ¡lo hicimos! Pero el peruano, de por si, es estúpido cuando va ganando.

Bolivia tenía un problema limítrofe con Argentina. Perú ya había negociado con los gauchos para aliarse y esperaban que los boliches se les unieran. Pero ellos, creyéndose la última chupada del mango, dijeron que se aliarían con Chile y atacarían por dos frentes al Perú si Argentina no cediera territorios a ellos.

Los argentinos, sabios, dijeron que se vayan al cacho y elaboraron estrategias para atacar a Bolivia por detrás y enviar su marina a atacar Santiago. Enviaron al Perú la estrategia a seguir e incluso se contactaron con Grecia, Turquía y Rusia para que envíen buques de guerra con tripulación propia.

Perú se ganó su apelativo de “gallinas” aquí. En vez de escuchar a sus pares argentinos, arrugaron y aceptaron el ultimátum boliviano y se aliaron con ellos. Luego, intentaron atraer a Argentina, pero estos no cedieron ante los requerimientos boliches.

Y así fue, más o menos, entre ajos y cebollas, cómo se llegó a la guerra.

Y el resultado de la misma: la completa destrucción de Lima, la pérdida de Tacna y Arica, la hegemonía chilena en esta región del Pacífico es largamente conocida por todos nosotros.

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